terça-feira, 15 de dezembro de 2009

Subida dos oceanos implica ameaça para países inteiros



Trechos do artigo
Subida dos oceanos implica ameaça para países inteiros
Por LUÍS NAVES
Via Diário de Notícias - 12.12.2009


"O nível do mar não foi sempre igual. Há 20 mil anos, era mais de 100 metros inferior ao actual; há 120 mil anos, quando as temperaturas do planeta tinham um grau centígrado acima das de hoje, o mar estava 2 a 6 metros mais elevado; há 3 milhões de anos, as temperaturas globais eram 2 a 3 graus superiores e o mar encontrava-se 25 a 30 metros acima do nível moderno."

"Estão em perigo arquipélagos isolados e países como Vietname ou Sri Lanka. A subida de um metro na água do mar inundará 15% do Bangladesh, país onde vivem 140 milhões de pessoas. Na Europa, o maior símbolo é Veneza, cidade que se afunda há centenas de anos, mostrando por um lado a adaptabilidade dos habitantes, mas também os custos que poderá ter um fenómeno de subida de águas mais rápido do que o previsto."

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Se necesitan líderes globales
Cristovan Buarque


Con la globalización, toda persona tiene derecho a exigir que cualquier líder nacional se erija en uno de los líderes del planeta. Aunque sea senador del Brasil, soy ciudadano del mundo y me siento en mi derecho de reclamar a los dirigentes de cualquier país que defiendan a todos los habitantes de la Tierra.

Los problemas que hoy nos afligen no atañen simplemente a los países en singular, sino a toda la humanidad, no sólo a los próximos años, sino a los próximos siglos; no únicamente a las próximas elecciones, sino a todas las generaciones futuras. Los problemas planetarios -el calentamiento global, la ampliación de las desigualdades sociales e incluso biológicas, el desigual acceso al conocimiento y a sus productos, las fuertes migraciones internas y entre distintos países-, obligan a cada presidente, rey, jeque, primer ministro a postularse no simplemente como un líder de su país, de su población y de su tiempo, sino también como uno de los líderes del mundo y de la humanidad.

Ante la gravedad de la crisis planetaria, nosotros, los ciudadanos del mundo global, no podemos aceptar que nuestros líderes se reúnan en Copenhague para adoptar cada cual por su cuenta un mero papel de defensor aislado de su nación, luchando por la menor tasa de polución para proteger la mayor tasa posible de crecimiento económico, pensando en sus electores en las próximas elecciones. Tratar el problema ambiental simplemente como una cuestión de deforestación y de emisión de gases supone minusvalorar la amplitud del problema, que tiene que ver con el propio concepto de crecimiento y desarrollo que ha prevalecido en los últimos dos siglos, y especialmente en las últimas décadas.

En Copenhague, cada dirigente nacional debe convencerse de que es de facto uno de los líderes de toda la humanidad y debe afrontar las causas de los problemas globales. Si por un lado sabemos que el calentamiento global está provocado por el efecto invernadero derivado de las emisiones de gases, sabemos también que esas emisiones son consecuencia de la demanda de productos industriales fabricados en cantidades superiores a los límites ecológicos. La crisis ha sido causada por la voracidad de consumo y de lucro.

Hasta la caída del Muro de Berlín, hace 20 años, los líderes nacionales eran líderes mundiales en defensa de sus propuestas -capitalistas, socialistas, demócratas, libertadoras, desarrollistas...-. La caída del Muro sustituyó los debates mundiales por las acciones nacionales. Al mismo tiempo que se construía la globalización en la vida económica y social, la política se giraba hacia el interior de cada país, hacia su propio pueblo, hacia sus electores, sus elecciones. La civilización se volvió mayor y más integrada, mientrasque sus líderes se empequeñecían.

Los problemas actuales exigen un cambio de postura. Cada dirigente nacional ha de ser otra vez un líder mundial que al hablar no se dirija simplemente a sus compatriotas electores, sino a los seres humanos en general, en busca de alternativas para el futuro de la civilización; que presente propuestas que vayan más allá de sus fronteras y de nuestro tiempo. No se trata ya de escoger entre socialismo o capitalismo, ni de derribar el muro que separaba países e ideologías, sino de construir un mundo sin muros, ni entre clases sociales, ni entre generaciones.

Es necesario un esfuerzo para cambiar la matriz energética, pasando de la opción de los combustibles fósiles a un modelo basado en las energías sostenibles, a base de buena voluntad, cooperación y uso de los recursos internacionales, incentivando la investigación en la búsqueda de fuentes verdes de energía -hidroeléctricas, preferentemente en pequeñas centrales, etanol, energía eólica y otras-. Un Centro Internacional para la Búsqueda de Nuevas Energías puede canalizar las sinergias de las investigaciones globales hacia un mundo global sostenible.

Pero no basta con cambiar la matriz energética si mantenemos el mismo patrón de producción y de consumo en el sector industrial. Durante la II Guerra Mundial, los países realizaron una reconversión de sus industrias de bienes de consumo en fábricas de material bélico. Algo así podría volver a hacerse sin necesidad de fabricar armas, produciendo bienes de carácter público, servicios culturales, usando energía y recursos renovables. El Banco Mundial podría incentivar y financiar esta reorientación.

Asimismo, durante la II Guerra Mundial, la movilización militar fue un instrumento para garantizar el empleo. La creación de empleo podría hacerse en un periodo de paz, no para la movilización de los soldados, sino para producir impactos sociales y ecológicos, en la cadena productiva de biocombustibles, desde su plantación hasta su distribución, en la reforestación, en el desarrollo de una actividad agropecuaria sostenible, en el reciclaje de residuos, en la recolección y tratamiento de las aguas residuales, en la contratación de profesores, médicos, investigadores. El Banco Mundial, la Unesco, la OIT podrían servir de base para incentivar y promover estas actividades.

Los gobiernos han de asumir una función reguladora, al objeto de no permitir que el avance de los biocombustibles se produzca en detrimento de la producción agrícola, ni que la producción y el consumo alcancen niveles que supongan la degradación del medio ambiente. Al mismo tiempo, debe reglamentarse mediante medidas fiscales el apoyo a la producción y el consumo de bienes compatibles con los bienes sostenibles y desincentivarse el consumo y producción de bienes depredadores.

El sistema tributario debe teñirse de "verde", cambiando la tradición de los impuestos sobre el capital y el trabajo por impuestos proporcionales, directa o indirectamente, al nivel de degradación ambiental que la producción provoca, la duración del ciclo de vida de los productos, el tipo de materias primas utilizadas, los niveles de emisión de CO2, el consumo de energía, la ocupación del suelo.

Los Estados necesitan redefinir el papel de los órganos protectores del medio ambiente. Hoy, los ministerios de Medio Ambiente son meros apéndices, considerados como estorbos para el desarrollo económico y no como árbitros del tipo de progreso que deseamos. Es preciso transformarlos de fiscales impotentes de los demás ministerios en una asesoría directa de los Gobiernos: la sostenibilidad ha de pasar a ser el eje central de las decisiones de todos los órganos de gobierno y de desarrollo.

La ciencia y la tecnología actuales han de ser sometidas a los valores éticos y ser compartidas por todos los seres humanos, los de hoy y los del futuro. Los conocimientos, especialmente en los sectores de educación, salud, sustitución de materiales, energía, alimentación, deben ser distribuidos de forma universal. Las patentes han de ser respetadas como principal forma de incentivo para la creatividad en los laboratorios, pero un Fondo Mundial financiaría la compra de los servicios de conocimiento para que puedan ser puestos a disposición de todos. La Unesco puede auxiliar en la reflexión que conduzca a esta clase de actuaciones.

Los órganos de Naciones Unidas que se ocupan de las cuentas, al igual que la OCDE, deben tomar en consideración nuevas formas de medir los resultados del desarrollo. Los esfuerzos de cada país no deben estar centrados en el crecimiento de la producción. Los datos nacionales deben incluir las pérdidas ambientales y los costes sociales, a medio y a largo plazo. Los resultados positivos no deberían limitarse a cuanto aparece en el mercado en forma material de aumento de la producción económica, sino también en forma inmaterial de bienes públicos, como educación, cultura y salud.

De gran importancia resultaría un programa mundial para la educación de todos. Después de la II Guerra Mundial, el mundo dio un gran salto hacia el crecimiento económico. Es hora de un nuevo Plan Marshall, global y social esta vez, para promover especialmente la educación en el mundo entero.

Copenhague puede ser el Bretton Woods del siglo XXI, no ya simplemente de carácter financiero y económico, sino también social y ecológico, que alumbre incluso una visión alternativa del propio concepto de progreso global, dando un gran paso para la creación de una manera distinta de concebir el desarrollo y diseñar el futuro. Si esto ocurriera, el nombre de Marshall sería sustituido por el de alguno o algunos de los nuevos líderes globales, aquellos que sean capaces del radicalismo lúcido que el mundo de hoy exige.

Cristovam Buarque es catedrático de la Universidad de Brasilia y senador del Partido Democrático de los Trabajadores (PDT). Traducción de Carlos Gumpert.


Via El País







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